9.12.2010

Manifiesto

A mi me enseñaron a dar gracias por todo lo que recibo.
Me enseñaron que perdón es una palabra muy poderosa y que se dice mirando a los ojos.
Me enseñaron que reír es tan importante como respirar y que hacer reír es un don que hay que ejercitar a diario.
Me enseñaron que mi imaginación es mi arma más poderosa.
Me enseñaron que las palabras se hicieron para jugar con ellas y crear mundos a su alrededor.
Me enseñaron que los libros son los mejores amigos.
Que Dios no está en un altar, está adentro de ti.
Que hay amores para toda la vida y que no terminan cuando uno se muere.
Que los abrazos se dan fuertes y apretaditos, para que los sienta el corazón.
Que siempre, aunque no lo parezca, tu familia será tu refugio.
Que los que viven bajo un mismo techo son familia, sin importar que corten el pasto, hagan la limpieza o sean los dueños de la casa.
Que hay hermanos que no llevan la misma sangre, que mis primos son mis otros hermanos, que los niños escogen cuantos abuelos tener, que hay tíos por merecimiento y que si soy afortunado, tendré más de dos papás.
Que si tu mamá te da sopa de letras, entre la sopa se encuentra un TE AMO.
Me enseñaron a no rendirme nunca, nunca, nunca.
Me enseñaron que la vida se cuenta con canciones.
Me enseñaron que las arrugadas manos de las abuelas son las que dan las caricias más suaves del mundo.
Me enseñaron que tener invitados en casa es una bendición y que a los invitados se les trata como príncipes.
Que los indios son personas que saben un montón de cosas que no sé, que hablan con la selva y que su ropa siempre está más limpia que mis camisas de la escuela.
Que si tu ropa se impregna de olor a leña, estás más cerca de la Tierra.
Que las personas tenemos diferentes colores de piel nada más para podernos decir la güera o el prieto, porque si no sería aburrido.
Me enseñaron que escuchando a los ancianos se te puede pegar algo de sabio.
Que quien te escupes cuando le das de comer no está enojado contigo, está enojado con él.
Que a la hora de la comida el que llega de sorpresa, come.
Me enseñaron que si tu papá te avienta al mar puedes mentarle la madre, pero no debes olvidar agradecerle después por enseñarte a nadar.
Que a nadie se le niega un vaso con agua, un plato de comida, una sonrisa o un beso (y luego se quejan).
Que entre más das, más recibes.
Me enseñaron los nombres de cientos de animales, a admirarlos y a respetarlos, porque ellos son yo.
Que lo que está bonito por dentro se ve bonito por fuera.
Que lo importante no es el traje, es la percha.
Que si como un montón de cosas asquerosas a los 15, mi cuerpo me lo agradecerá a los 30.
Que si tienes dones poco usuales no debes temerles, debes agradecer por ellos.
Que ser mejor no significa competir con los demás, si no contigo mismo.
Que quien te ama podrá limitarte en muchas cosas, pero siempre te dejará la libertad de elegir.
A mi me enseñaron a ser libre. Y lo agradezco.