9.13.2013

De Maestros y Tristezas

A mis padres

Era un día templado de finales de Enero de 1998 en el pueblo del Tigre en la Higuera. En el salón principal de la asociación ganadera del lugar había seguramente más de trescientas personas. Se escuchaba el murmullo que precede a algo importante. En algún momento, seguramente acomodando cosas para el festejo que estaba comenzar, quedé del lado opuesto a la entrada del enorme salón. Entonces la vimos llegar. Pequeña, un poco encorvada y apoyada en su andadera de aluminio. En cuanto nos percatamos de su presencia, los más de trescientos asistentes comenzamos a aplaudir casi al unísono. Ella seguramente no esperaba tal reacción y, en lo que recuerdo como una de las muestras de humildad y dignidad más grandes, recorrió todo el largo salón lentamente, paso a paso, apoyada en su andadera y sonriendo, con los ojos húmedos y haciendo gestos de saludo a todos. Se veía pequeñita enmedio del salón tan grande, con su paso lento, pero firme. El aplauso siguió y siguió y se detuvo hasta que llegó al lugar que habían destinado para ella, quien era mi abuela y estaba cumpliendo noventa años. Así la festejaban los habitantes de su pueblo. Había sido su maestra.

El recuerdo llegó a mi mente con fuerza hoy al ver las imágenes del ejército y la policía mexicanos desalojando a los maestros que estaban en plantón en el Zócalo de la Ciudad de México. Pero no llegó solo. Lo acompañaron imágenes de mis padres llegando cansados a casa después de dar clase durante casi todo el día en diferentes escuelas; de mi mamá con los pies hinchados por estar casi todo el día de pie y de mi papá con el estómago ardiendo por no haber tenido tiempo para comer entre clase y clase, dirigiendo una escuela o creando una en una comunidad rural; de mi abuelo en cama recibiendo visitas y visitas de adultos que hablaban con agradecimiento siempre, refiriéndose a él como "maestro". Porque aprendí desde muy pequeño que educar era un privilegio y un compromiso, que era parte de algo más grande que tú.

Crecí rodeado de maestros. No sólo mis papás y abuelos, sino varios de mis tíos lo fueron - y por vocación, en la mayoría de los casos. Varios de los momentos más felices de mi infancia y adolescencia y varios de los más decisivos de mi vida fueron provocados o acompañados por algún maestro. Fue una maestra quien creyó en mí antes de que yo mismo lo hiciera, otra quien trajo la danza a mi vida y uno más el que provocó que me decidiera a escribir, sin lo cual este blog no existiría. Para mí nunca fue ajena la pasión por educar, la razón de tomar algo de ti todos los días y dejarlo en un salón de clases. Porque dar siempre tomará algo de ti.

Ahora creo poco en el sistema educativo. Entiendo bien que forma parte de un sistema de control de masas creado para otra época, que es obsoleto y a quien menos beneficia es a quienes imparten y reciben esa llamada educación. Pero lo que sé bien es que estos maestros de los que hablo iban mucho más allá de lo que les dictaba el sistema. Estos maestros enseñaban a sus alumnos a pensar por sí mismos, a cuestionar y cuestionarse, a crear, a sentir. Ser maestro para ellos era compartir vida.

Por todo esto una parte de mí llora poquito al ver a mi país dividido en ideas y en actitudes ante las manifestaciones de los maestros en el país. Porque el tema verdaderamente importante hace mucho, mucho que se perdió de vista. Los maestros de la CNTE están peleando su reforma laboral y por supuesto que su lucha es válida. ¿Qué harías tú si eres empleado y un buen día te dicen que aquéllo por lo que trabajaste ya no es, que cambió para empeorar? Para el gobierno del país tampoco importa el compromiso, la creación y el cuestionamiento a las ideas. Les interesa mantener funcionando al sistema de control de masas. El sistema requiere mano de obra amaestrada para mantenerse, así de simple. No es para escandalizarse, porque así funciona para prácticamente todos los países del mundo, aunque ya nadie recuerde como y por qué se creó.

Pero los verdaderos problemas no son la postura del gobierno o la de los maestros. Los verdaderos problemas son nuestra indiferencia, nuestra inmovilidad, nuestro conformismo. O lo son la indiferencia, inmovilidad y conformismo de la mayoría. Porque les preocupa llegar temprano a trabajar, esto es, seguir siendo parte del sistema. O mantener sus prestaciones, entiéndase mantenerse como parte del sistema. Un sistema que de tan podrido, cuesta entender que esté vivo. Un sistema zombi, mantenido por zombis, que crea zombis.

Prefiero, claro está, a los que levantan su voz contra el sistema que a los que levantan la voz contra los maestros. Pero en ambos casos, lo importante en realidad sería convertir las silenciosas revoluciones individuales en silenciosas acciones diarias para educar, para compartir, para crear. Porque no puedes vivir fuera del sistema, pero puedes crear un mundo diferente dentro de él, un bunker contra zombis. Un bunker reforzado a diario con acciones pequeñitas, con cuestionamientos, con la búsqueda de puntos de vista diferentes a los nuestros, con la creación de un negocio, una idea o un sistema propio. Así me lo dijo mi maestro de literatura en la universidad: "Escribiendo puedes cambiar más cosas que terminando tu tesis.". Y aún lo creo.