4.11.2015

Comparte tus dones

Tal vez, sólo tal vez, la única manera de comenzar a hacer algo por mucho tiempo olvidado es vernos orillados a ello por nuestras obsesiones comunes. Y es una de esas obsesiones comunes, una admiración añeja, una conexión antigua la que me regresó hoy a este espacio.

Fui a ver a Eugenia León hoy a su concierto en el monumento a la revolución. Fui gracias a que Bocas, a quien no veía desde hace tiempo, me envió un mensaje preguntándome si iría a verla. Llegamos, cosas de la fortuna, justo a tiempo: Bocas había confundido el horario y aparentemente estábamos llegando una hora antes "para tener buen lugar" y el concierto tenía un par de minutos de haber comenzado.

El resto fue Eugenia. Si la has escuchado en vivo entiendes perfectamente a que me refiero. Si no lo has hecho y vives en México, te has perdido una de las grandes ventajas culturales de vivir en este país. Todo habría continuado como otra gran concierto de Eugenia, si no me encontrara en el momento de reconexión en el que me encuentro. Cerca del final del concierto, Eugenia comenzó a cantar "La Paloma" con una letra modificada de acuerdo a su costumbre. En esta ocasión, la letra hablaba del despertar de nuestra conciencia colectiva, de nuestros dolores contemporáneos y de los que podrían ser nuestros compromisos. Y Eugenia se conectó con las alrededor de 5,000 almas que estábamos ahí y su apasionado "¡Viva México!" resonó en todos. Y escuché claramente una voz que me decía "Eso es lo que tú quieres, eso es para lo que estás aquí: para ayudar a crear un mundo y un país mejor." Y me quedó clara la razón por la que Eugenia conectaba con todos nosotros (y tengo a mis lágrimas de testigos). Me quedó claro que esa mujer en el escenario nos hacía aplaudir porque tiene certeza absoluta sobre lo que canta, porque se convierte en su voz y esa voz toca a la de cada uno de nosotros.

Pero cuando la vida quiere recordarte algo no se anda con miramientos y se asegura de que el mensaje te quede claro. La penúltima canción del concierto, después del típico grito de "¡Otra, otra!" fue La bruja. Quienes bien me conocen saben de la importancia de esta canción en mi vida y su presencia a lo largo de ella desde que tenía cinco años. En algún momento, Bocas me sacó de mi inmersión en la canción y me dijo "Mira". Volteé a mi derecha y la vi: bajita y morena, apoyada en un bastón y cubierta por un impermeable, cantaba con toda emoción la canción. Con verla se sabía que era de esas personas con pocas posesiones materiales y también era imposible no saber que estaba disfrutando la experiencia en lo más profundo de su ser. Supe también que mis ojos no tienen la fuerza como para contener lágrimas que salen de veneros tan profundos. El mensaje había sido recibido.

Eugenia estaba haciendo una sola cosa: compartir su don único. Y haciéndolo sin siquiera pensar en el resultado, había tocado los corazones de miles (y de paso me había recordado lo que de verdad quiero hacer con mi vida). No sé si ya lo conoces, no sé si lo estás descubriendo o si te vaya a tomar una vida reencontrarte con él, pero tu vida tendrá sentido cuando encuentres tu don único y lo compartas con los demás. No te permitas pensar ni por un instante que no eres especial y que no tienes nada nuevo que darle al Universo. La Naturaleza no desperdicia energía y estás aquí para cumplir una misión que nadie más puede cumplir. No hay piezas de sobra en esta sofisticada maquinaria que llamamos vida. Vive cada día buscando y expresando tus dones y compártelos. Cuando lo hayas hecho, tus más locos sueños comenzarán a cumplirse y seguramente, sin saberlo, harás que la tarde de alguien que no conoces haya valido la pena. Y podrás estar seguro de que, en alguna parte, alguien sonríe gracias a ti. Y estarás completo.

Gracias siempre, Eugenia.


Namasté.